18 años más tarde, la misma
sensación.
Asoma por la puerta un hocico
marrón, unos ojitos tímidos, asustados, pero juguetones. Sólo necesitabas un
poco de cariño y un alma de niña que jugase contigo. El momento en el que
aparecí por la puerta, te vi y te acercaste a mí, me enamoré. Me enamoré de tu
pelo marrón, de tus aires de niña, de tu alegría y de tus ganas de jugar. No
pude resistirlo, ya tenías mi corazón entero para ti. Supe que eras mía y que
ibas a ser mi mejor amiga, mi hermana, mi confidente. Después de tantos años,
siempre supiste cuando era el momento de jugar y cual el de sentarte a mi lado
y escuchar o consolar.
Crecimos juntas, me conocías y
sabías cómo despertarme, cómo acurrucarte junto a mí o cómo pedirme salir para
dar una vuelta por el parque. Eras lista e inteligente, valiente y sincera,
fiel y generosa, y con todo eso me hiciste quererte. Sacar el valor para que
nada ni nadie te hiciese daño y cuando te vi en peligro aquel día, no pensé en
que podía salir yo herida sino que no te pasase nada a ti.
Algo dentro de mí murió con esa
llamada. Yo estaba jugando en el portal de casa y me llamaron desde arriba
porque tenía una llamada al teléfono. Ojalá no hubiese subido nunca, ojalá no
te hubieses ido nunca.
Recuerdo aquel día como si fuese
ayer. Entré encasa y me dijeron “¿Puedes quedarte sola? ¿Estarás bien?” y yo
respondí que sí, pero cuando se cerró la puerta a mis espaldas y me vi sola,
realmente sola, que no venías a buscarme a la entrada, se me derrumbó el alma.
Descubrí que no iba a estar bien, que nada estaba bien, que no podía ser nada
bueno el estar allí otra vez, sin ti. Cuando vi el lugar donde dormías, vacío,
me acurruqué ahí y me convertí en el mar de lágrimas que, como niña y como
amante, debía ser. Me pasé el fin de semana casi sin comer y durmiendo cuando
me cansaba de llorar. Cuando todo eso pasó, descubrí que siempre me quedaría
algo de ti en mí.
Hoy, 18 años más tarde, revivo
ese mismo instante. Esos ojos tímidos y asustadizos entrando por la puerta, esa
carita que dice “cuídame, sálvame, lo necesito”, ese mismo pelaje marrón pero
un poco más grande de lo que eras tú. Ese mismo aire juguetón pero unos años
más tarde. Revivir otro momento como aquel, tantas alegrías y tantos consuelos
y tristezas. La diferencia es que ahora ni siquiera vas a poder vivir esos
momentos ni conmigo ni con la persona que te descubrió y decidió salvarte.
Ahora la figura matriarcal es bastante diferente. Ya no es una adorable
abuelita que busca compañía sino una mujer que no quiere más cariño que el de
su esposo, que no se lo da tampoco.
El disgusto que tengo hoy es el
de revivir todos aquellos momentos contigo pero sin ti. El de saber que podrías
ser tú quien estuviese volviendo a una perrera para ser sacrificada porque una
madre de familia no te quiere en su casa. Pero con esto la guerra está perdida.
Ella la tiene más que ganada, es su casa y lo ha dejado más que claro en muchas
ocasiones ya.
Lo siento, de veras. Ojalá
pudieses traer la alegría que tienes para dar en esos ojos esperanzados por
encontrar una familia, pero ellos no supieron ver el momento y, sobre todo, que
otra familia podría haberte descubierto igual y haberte acogido de buena gana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario