30.9.14

Incertidumbre y miedos

El miedo suele tenerse a lo desconocido. Cuando no conocemos un lugar, a una persona, un sentimiento, nos invade la incertidumbre y las personas odiamos la incertidumbre... Por mucho que nos neguemos a ello, no podemos vivir sin saber o intentar saber lo que va a ocurrir si hacemos esto o lo otro.
Seguro que habrá alguien que dirá "yo sí puedo vivir en la incertidumbre, prefiero que las cosas lleguen como tengan que llegar y ya está" pero a la hora de la verdad siempre esperamos que ocurra algo, que al llegar al cruce que  nos hemos encontrado en el camino haya un panel que nos indique dónde ir. Siempre tenemos preferencia por una decisión o por la contraria.
El síndrome de la margarita se podría decir. Todos alguna vez hemos hecho o visto hacer la "tontería" de quitarle los pétalos a la margarita para saber qué era lo que ella decía y, es verdad, puede parecer una tontería pero no lo es porque mientras arrancas cada pétalo repitiendo "sí, no, sí, no,..." ya sabemos cuál queremos que sea la respuesta, ese último pétalo blanco que lo decidía todo.
¿Qué se hace cuando ya no se tiene esa margarita? ¿Cuándo realmente nos invade la incertidumbre y no sabemos qué va a pasar o qué hacer? Pues que tenemos miedo...
"No hay que tener miedo", "hay que ser valientes", "el que no arriesga no gana", etc. ¿Cuántas veces habremos escuchado esas frases u otras similares? Yo misma me las he repetido mil y una veces en infinidad de ocasiones pero casi nunca les hago caso. Supongo que el miedo o la cobardía o como se quiera llamar, puede más que el dar un paso hacia delante. No sabemos si hay un precipicio o una colina verde y amplia, y por eso muchas veces no damos el paso, porque nadie nos puede asegurar que no vamos a caernos.
A veces las caídas vienen bien. Aprendes, creces, "maduras" como dirían las madres y abuelas, pero depende de la distancia de la caída. Otras veces dejan daños irreversibles, cicatrices que ya no se pueden eliminar ni con la cirugía estética más avanzada.

Parece increíble que resulte más fácil desahogarse con desconocidos (o conocidos pero no cara a cara) que con quien realmente deberíamos hacerlo y decir lo que deberíamos decir.
Hay cosas que son muy difíciles de decir... "te echo de menos", "perdón", "te quiero", etc. pero cuando las decimos nos sentimos aliviados. El problema es tener el valor a decir todo eso que tenemos guardado dentro, perder el miedo al precipicio y salir del estado de incertidumbre. Que si al llegar al cruce no hay un cartel, siempre habrá algo que nos indique por donde ir. Ya sea una corazonada, que un camino esté más liso o más iluminado. Da igual. Una leve seña para ir por ese lado y perder el miedo a continuar.

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