15.4.15

Decepciones

"La sinceridad es la base de la confianza" o eso es lo que se suele decir, pero muchas veces la excesiva sinceridad puede dar lugar a que tengan más cosas con las que dañarte.

Acabo de aprender, sin querer y casi sin darme cuenta, una lección que me quisieron dar cuando era muy pequeña. En esa época en la que las madres parece que quieren cubrirnos entre nubes de algodón para que no nos pase nada y nadie pueda hacernos daños. Mejor que contaros la lección, os cuento la historia. Seguramente será mucho más instructiva y gráfica.

Imaginad que tenéis un amigo de hace muchísimos años, desde la infancia. Alguien con quien has crecido, has llorado, te has enfadado, te has reído y alguna vez hasta has querido tirarle algo a la cabeza para hacerle entrar en razón o abrirle los ojos. Todos tenemos o deberíamos tener alguien así y yo por suerte tengo más de uno.
Ahora imaginad que, como tantas veces, le cuentas una cosa a esa persona de una tercera, porque afecta a una cuarta que también es importante. En realidad yo sólo tengo relación con ese amigo y con esa tercera persona porque a la cuarta ni la conozco, pero a mi amigo le importa lo que le pase y lo que yo sepa sobre la relación de los terceros. Confías, le cuentas lo que sabes porque el tercero te lo ha contado a ti en confianza también, pero sabes a ciencia cierta que tu amigo nunca dirá nada porque ante todo puedes confiar en él.
Un día, sin previo aviso, esa tercera persona te dice que está decepcionado, que la cuarta persona sabe todo lo que yo había hablado con él y que sólo puede ser porque se lo haya contado a mi amigo, porque es el punto común de los tres y quien se lo ha podido contar todo.
En ese instante yo no sabía muy bien qué hacer porque por un lado estaba avergonzada de haber dicho nada, pero por otra estaba entre cabreada e infinitamente dolida con mi amigo, porque confié en él y me ha fallado.
Hablando después con él, soy consciente de que he empezado gritando y muy cabreada pero a medida que iba pasando la conversación, me iba dando cuenta de que no era enfado, es que tenía que hacerle notar de alguna manera que me había molestado ya no el hecho de que dijese algo, sino que la confianza que llevaba labrándose durante años y que tantos disgustos nos ha costado diciéndonos verdades como puños, se había desmoronado de golpe y además por terceras personas.

Hace tiempo escribí sobre los dedos de la mano, los mejores amigos, los que no podrían faltarte nunca porque si algún día lo hacen, sería como si te cortasen uno de esos dedos. No sé si que te corten un dedo dolerá tanto como lo que siento yo ahora mismo. Es un sentimiento que jamás te habrías imaginado tener hacia esa persona, de decepción y desconfianza hacia cada cosa que le cuentas o le dices por que sí, como he hecho durante tantísimos años.

No sé si me faltará mi dedo de la mano pero lo que sí sé es que la confianza es infinitamente frágil y ni siquiera los años de duro esfuerzo sirven de nada cuando se puede perder en una fracción de segundo. Por suerte él puede estar tranquilo, yo soy 100% sincera con quien lo merece y una tumba cuando me cuentan algo que no debo contar o me piden que no lo cuente, incluso cuando estoy tan decepcionada.

20.11.14

Pequeños placeres

A veces nos estresamos tanto con la vida que llevamos que no somos capaces de pararnos a pensar en las cosas que realmente merecen la pena y que nos rodean día a día casi más que las que nos traen quebraderos de cabeza.
Seguro que no hemos pensado tantas veces como deberíamos lo increíblemente placentero que es retrasar cinco minutos el despertador para seguir durmiendo un poco más (o quedarnos dormidos como consecuencia de eso), y no lo pensamos simplemente porque luego nos entran las prisas “ay que no llego”, “ay que llego tarde y tengo que engullir el desayuno”. Vale sí, llegas tarde pero, ¿y qué? Ya llegas tarde, ¿qué más da cinco minutos más o menos? Las prisas nunca son buenas. La cantidad de gente que se ha matado en accidentes de tráfico por exceso de velocidad es increíble. Lo importante no es llegar cuanto antes, es llegar, y siempre se van a tomar mejor la tardanza si apareces con una sonrisa y un aire relajado que si vas medio sin aire y estresado.
Vamos a poner otro ejemplo. ¿Cuántas veces nos vamos de compras por el simple hecho de pasar una tarde tranquila o disfrutando de la compañía de una amiga? Aunque no nos compremos nada, por el placer de ver cosas o probártelas y ver cómo te queda. Pocas, muy pocas. No disfrutamos de esos momentos tan simples, los comercializamos, es decir, “me voy de compras PORQUE ME HACE FALTA… lo que sea”, no por pasar una tarde relajada y tranquila. O, ¿cuántas veces pensamos “me voy a comprar esto porque me gusta, me apetece y ya está? Sin pensar en nada más que porque sí, porque algo te ha gustado en un momento, sin pensar en que te combine con no sé qué cosa o que te sirva para no sé qué ocasión. También muy pocas veces. A no ser que tengamos una bastante buena autoestima y una cuenta corriente difícilmente mejorable, esas cosas no las hacemos, pero a nadie le hace daño darse un pequeño capricho de vez en cuando. Todo lo contrario. Tenemos que pensar que es un regalo, un regalo que nos hacemos a nosotros mismos porque sí, sin más explicaciones, “me ha gustado y me lo he comprado”.
¿Cuántas veces vamos por la calle mirando lo que nos rodea? Ahora ya no miramos si no es al reproductor de música para cambiar de canción, al móvil para ir hablando por whatsapp o a la Tablet para ir leyendo sobre una pantalla. Yo personalmente odio las tecnologías (a lo mejor por eso ellas también me odian a mí y por eso se rompe todo lo que toco…) pero, ¿dónde han quedado esos SMS de buenas noches donde tenías que condensar todas las palabras para que no se te saltase a un segundo mensaje? ¿Dónde han quedado las llamadas? Ahora son notas de audio… Pero independientemente de mi odio a las tecnologías y a la generación de absortos por el mundo tecnológico en la que vivimos, no disfrutamos de lo que nos rodea. No conocemos a la gente por cómo es sino por lo que pone o no en sus redes sociales, no miramos el cielo azul o una bella puesta de sol si no es a través de una pantalla para hacerle una foto. No disfrutamos de esas pequeñas cosas que nos pueden hacer la vida más amena, más sencilla, más tranquila.
Quedar con un amigo e ir a tomar un café o una cerveza ya no se hace tanto como antes porque “ya hablamos por los grupos de whatsapp o por Facebook” pero, ¿y lo emocionante de un abrazo de una migo cuando llevas meses sin verle? ¿O ver las caras de tu amiga cuando le estás contando tus últimas novedades y está alucinando como si le contases que anoche llegaron unos extraterrestres a tu casa y abdujeron a tus padres? Nos perdemos la emotividad y la expresividad de las personas por no aprender a mirar alrededor.
Hace un tiempo decidí que tenía que tomarme la vida con más calma y mirar las cosas que pasan en el entorno porque ir rápido crea el “efecto túnel” del que nos hablaban los profesores de autoescuela. Sólo ves el final pero te dejas todo lo que pasa alrededor.
Pensaréis que se me ha terminado de ir la cabeza totalmente pero no, hace algún tiempo me di cuenta de que no me servía de nada ir rápido y que prefiero una sonrisa de complicidad con un completo desconocido en el metro porque hay alguien haciendo algo raro que un emoticono feliz en el whatsapp. Prefiero mirar por la ventanilla del autobús o del tren para ver pasar el camino antes que pegar los ojos en una pantalla, por mucho que ese camino lo vea todos los días o sea algo nuevo. Prefiero llegar cinco minutos tarde al trabajo o a clase por haber retrasado el despertador y disfrutar de esos cinco minutos calentitos entre las sábanas cuando se necesitan y luego llegar tranquila y con una sonrisa en la cara. Prefiero sacar una tarde libre para quedar con mis amigos antes que quedarme en casa organizando cosas (para que parezca que hago algo) que luego no voy a hacer.
Hay que aprender a cuidarse a uno mismo porque sino estamos perdidos, y aprender a mirar a lo que nos rodea, porque sino siempre seremos unos ingenuos que creemos que con poner un “hola, ¿qué tal?” por whatsapp ya tenemos un amigo o hemos retomado el contacto con alguien.
La vida es corta, muy corta, y esos pequeños placeres, ese café con un amigo, es de lo que verdaderamente se disfruta. Nadie es imprescindible para nada ni nadie pero sí para uno mismo. Entonces, tratemos de vivir lo mejor posible para nosotros mismos y, sobre todo, mirando lo que tenemos delante, porque del pasado ya hemos aprendido y no lo vamos a cambiar ni va a volver y el futuro nadie sabe cómo va a venir ni si va a llegar.

Vivamos lo que tenemos delante, que es lo que realmente debemos valorar, y disfrutemos de esos pequeños placeres que se nos presentan y son sólo nuestros (aunque intervengan más personas en algunos casos).

18.11.14

Forever young

Hace unos días vi una cosa que raramente se ve en la sociedad en la que vivimos actualmente. Vi a un hombre diciéndole a su mujer lo guapa y espectacular que estaba con un jersey nuevo que se había comprado y presumiendo de mujer delante de todos los que estaban presentes. Eso, ya de por sí, no es una cosa que se vea de forma habitual pero aún más sorprendente resulta que esas dos personas lleven casadas más de 50 años y lleven, literalmente, toda la vida juntos. La vida que han llevado no ha sido fácil, pero es que nadie les dijo que lo fuese. Han sabido sortear las dificultades que la vida les ha dado con mayor o menor entereza pero siempre con fortaleza. Ella cayó gravemente enferma hace unos años y él jamás se separó de su lado, y no por pena sino porque él se moriría de pena si ella le faltase. Él accedió a las peticiones más nimias y soportó las broncas más absurdas que había tenido en toda su vida, pero merecía la pena porque lo hacía por ella. Eso era una relación de amor incondicional forjado en años pero no era una relación sana, hasta que ella se dio cuenta de lo que estaba haciendo, de que él le daba todo lo que ella necesitaba o quería y en el momento en el que lo pedía sin pedir nada a cambio, mientras que ella lo que hacía era reprocharle estupideces sin sentido.
En ese momento, con esa toma de conciencia, es donde ella se dio cuenta de que tenía que cambiar y, es ahí, cuando se convirtió en una relación sana para ambos.

En toda esta historia podemos ver reflejadas un montón de cosas. Por mucho que lleven 50 años casados y toda una vida juntos, se siguen queriendo como adolescentes, se siguen demostrando que se quieren, siguen presumiendo de su pareja ante el resto del mundo como cuando te echas novio/a y se lo presentas a todos tus amigos para que vean lo genial que es, siguen saliendo a cenar como si fuese su primera cita, siguen dando paseos por el parque como si fuese el punto de encuentro de una pareja de quinceañeros. Y yo muchas veces me pregunto, ¿y por qué no? ¿Y por qué esas cosas no son las normales?

Hoy he visto a un chico de unos 16 años esperando en un banco a  una chica que, cuando ha llegado, le ha besado como si hubiesen pasado meses desde la última vez que se vieron, y acababan de salir del instituto, del mismo instituto, que por muy grande que sea no vas a estar mucho tiempo sin ver a esa persona. Eso me ha hecho volver por un rato a mis 16 años y pensar en esos abuelitos de los que hablaba antes. Se comportan igual pero en edades completamente distintas. Han sabido conservar y madurar la parte esencial y bonita de una relación para  que sea sana y preciosa.

Las únicas conclusiones que saco de todo esto son dos muy claras: por un lado, una relación para poder disfrutar de ella tiene que ser sana para ambos y, por otro, tenemos que guardar ese espíritu juvenil de la primera relación para valorar que cada día no es un día más con esa persona sino un día nuevo junto a él/ella.

https://www.youtube.com/watch?v=t1TcDHrkQYg

30.9.14

Incertidumbre y miedos

El miedo suele tenerse a lo desconocido. Cuando no conocemos un lugar, a una persona, un sentimiento, nos invade la incertidumbre y las personas odiamos la incertidumbre... Por mucho que nos neguemos a ello, no podemos vivir sin saber o intentar saber lo que va a ocurrir si hacemos esto o lo otro.
Seguro que habrá alguien que dirá "yo sí puedo vivir en la incertidumbre, prefiero que las cosas lleguen como tengan que llegar y ya está" pero a la hora de la verdad siempre esperamos que ocurra algo, que al llegar al cruce que  nos hemos encontrado en el camino haya un panel que nos indique dónde ir. Siempre tenemos preferencia por una decisión o por la contraria.
El síndrome de la margarita se podría decir. Todos alguna vez hemos hecho o visto hacer la "tontería" de quitarle los pétalos a la margarita para saber qué era lo que ella decía y, es verdad, puede parecer una tontería pero no lo es porque mientras arrancas cada pétalo repitiendo "sí, no, sí, no,..." ya sabemos cuál queremos que sea la respuesta, ese último pétalo blanco que lo decidía todo.
¿Qué se hace cuando ya no se tiene esa margarita? ¿Cuándo realmente nos invade la incertidumbre y no sabemos qué va a pasar o qué hacer? Pues que tenemos miedo...
"No hay que tener miedo", "hay que ser valientes", "el que no arriesga no gana", etc. ¿Cuántas veces habremos escuchado esas frases u otras similares? Yo misma me las he repetido mil y una veces en infinidad de ocasiones pero casi nunca les hago caso. Supongo que el miedo o la cobardía o como se quiera llamar, puede más que el dar un paso hacia delante. No sabemos si hay un precipicio o una colina verde y amplia, y por eso muchas veces no damos el paso, porque nadie nos puede asegurar que no vamos a caernos.
A veces las caídas vienen bien. Aprendes, creces, "maduras" como dirían las madres y abuelas, pero depende de la distancia de la caída. Otras veces dejan daños irreversibles, cicatrices que ya no se pueden eliminar ni con la cirugía estética más avanzada.

Parece increíble que resulte más fácil desahogarse con desconocidos (o conocidos pero no cara a cara) que con quien realmente deberíamos hacerlo y decir lo que deberíamos decir.
Hay cosas que son muy difíciles de decir... "te echo de menos", "perdón", "te quiero", etc. pero cuando las decimos nos sentimos aliviados. El problema es tener el valor a decir todo eso que tenemos guardado dentro, perder el miedo al precipicio y salir del estado de incertidumbre. Que si al llegar al cruce no hay un cartel, siempre habrá algo que nos indique por donde ir. Ya sea una corazonada, que un camino esté más liso o más iluminado. Da igual. Una leve seña para ir por ese lado y perder el miedo a continuar.

29.3.14

¿Cómo sobrevivir a los recuerdos?

18 años más tarde, la misma sensación.

Asoma por la puerta un hocico marrón, unos ojitos tímidos, asustados, pero juguetones. Sólo necesitabas un poco de cariño y un alma de niña que jugase contigo. El momento en el que aparecí por la puerta, te vi y te acercaste a mí, me enamoré. Me enamoré de tu pelo marrón, de tus aires de niña, de tu alegría y de tus ganas de jugar. No pude resistirlo, ya tenías mi corazón entero para ti. Supe que eras mía y que ibas a ser mi mejor amiga, mi hermana, mi confidente. Después de tantos años, siempre supiste cuando era el momento de jugar y cual el de sentarte a mi lado y escuchar o consolar.

Crecimos juntas, me conocías y sabías cómo despertarme, cómo acurrucarte junto a mí o cómo pedirme salir para dar una vuelta por el parque. Eras lista e inteligente, valiente y sincera, fiel y generosa, y con todo eso me hiciste quererte. Sacar el valor para que nada ni nadie te hiciese daño y cuando te vi en peligro aquel día, no pensé en que podía salir yo herida sino que no te pasase nada a ti.

Algo dentro de mí murió con esa llamada. Yo estaba jugando en el portal de casa y me llamaron desde arriba porque tenía una llamada al teléfono. Ojalá no hubiese subido nunca, ojalá no te hubieses ido nunca.

Recuerdo aquel día como si fuese ayer. Entré encasa y me dijeron “¿Puedes quedarte sola? ¿Estarás bien?” y yo respondí que sí, pero cuando se cerró la puerta a mis espaldas y me vi sola, realmente sola, que no venías a buscarme a la entrada, se me derrumbó el alma. Descubrí que no iba a estar bien, que nada estaba bien, que no podía ser nada bueno el estar allí otra vez, sin ti. Cuando vi el lugar donde dormías, vacío, me acurruqué ahí y me convertí en el mar de lágrimas que, como niña y como amante, debía ser. Me pasé el fin de semana casi sin comer y durmiendo cuando me cansaba de llorar. Cuando todo eso pasó, descubrí que siempre me quedaría algo de ti en mí.

Hoy, 18 años más tarde, revivo ese mismo instante. Esos ojos tímidos y asustadizos entrando por la puerta, esa carita que dice “cuídame, sálvame, lo necesito”, ese mismo pelaje marrón pero un poco más grande de lo que eras tú. Ese mismo aire juguetón pero unos años más tarde. Revivir otro momento como aquel, tantas alegrías y tantos consuelos y tristezas. La diferencia es que ahora ni siquiera vas a poder vivir esos momentos ni conmigo ni con la persona que te descubrió y decidió salvarte. Ahora la figura matriarcal es bastante diferente. Ya no es una adorable abuelita que busca compañía sino una mujer que no quiere más cariño que el de su esposo, que no se lo da tampoco.

El disgusto que tengo hoy es el de revivir todos aquellos momentos contigo pero sin ti. El de saber que podrías ser tú quien estuviese volviendo a una perrera para ser sacrificada porque una madre de familia no te quiere en su casa. Pero con esto la guerra está perdida. Ella la tiene más que ganada, es su casa y lo ha dejado más que claro en muchas ocasiones ya.


Lo siento, de veras. Ojalá pudieses traer la alegría que tienes para dar en esos ojos esperanzados por encontrar una familia, pero ellos no supieron ver el momento y, sobre todo, que otra familia podría haberte descubierto igual y haberte acogido de buena gana.

13.2.14

San Valentín

14 de Febrero, San Valentín, el día de los enamorados,... mismas formas de llamar a un día como otro cualquiera del año.

Este es un día que, aunque fue creado con fines comerciales por una empresa concreta (que no pienso mencionar pero todos conocemos), es un día bonito, un día en el que se vive de ilusiones y se manifiesta el amor existente en una pareja. Un día en el que se dice te quiero en todos los idiomas: te quiero, ti amo, I love you, je t'aime, ich liebe dich, eu te amo, tôi yêu em, أنا أحبك, 我愛你, ik hou van je, σ 'αγαπώ, etc. Un día de esperanza, cuando tienes un amigo que te gusta y estás deseando que te pida salir, cuando has discutido con tu pareja y esperas a ver qué se le ocurre hacer para disculparse, cuando esperas que tu novio te pida que te cases con él o que os vayáis a vivir juntos, etc. Es un día para hacer todas esas cosas que no nos atrevemos un día normal. Esperamos a ese 14 de febrero para echarle valor a tantas situaciones que sólo toman forma en nuestras mentes, que cuando llega la  ocasión, sólo sacamos de valor ese día por la etiqueta que lleva y el nombre que se le pone. Pero, ¿de verdad creemos que las cosas tan bonitas que se hacen en San Valentín sólo pueden ocurrir ese día o tienen algo especial  por ser justo en ese momento? Yo creo que cualquier acontecimiento importante, seguirá siéndolo ocurra el día del año que ocurra, sin necesidad de etiquetas.

Vale más una petición por sorpresa, que esperar a que lo haga un día concreto. Además, si esperas algo con mucho ímpetu y luego no ocurre o no es como lo habías imaginado, casi te decepciona más.

Las sorpresas son lo emocionante que nos da la vida y si matamos esos momentos inesperados con etiquetas innecesarias, pronto estaremos comportándonos todos de igual forma, como marionetas guiadas por el titiritero de turno. Lo hermoso es ser especial, ser distinto, ser raro, ser contrario al resto, porque aunque critiquen, lo bonito es lo que sorprende y lo rutinario siempre termina aburriendo.

¡Feliz día de San Valentín y felices 365 días del año! 

2.2.14

Perfección

Imaginemos la perfección absoluta.
Cada persona tendrá sus propias ideas de las características requeridas por la persona completamente perfecta para él o ella pero por lo general, la sociedad occidental se guía por unas pautas y normas "invisibles" clave, como son la sinceridad, la fidelidad, las demostraciones de afecto, etc.
Bueno, pues ahora probemos una cosa. Probemos a imaginar cómo sería un día con esa persona perfecta en el presente o en el futuro (los pasados no valen, son sólo recuerdos) y describamos con todo lujo de detalles a esa persona.
Por lo general, será un hombre o mujer, dependiendo de los gustos de cada uno, que sea atento, detallista, sincero, fiel, divertido, amable, simpático, alguien en quien puedas poner de pleno toda tu confianza, un compañero de viajes y el viaje más largo es la vida. Siempre puede haber excepciones, que para gustos se hicieron colores.
Pero ahora responded una cosa, ¿alguien se ha imaginado una discusión con esa persona perfecta? ¿una voz más alta que otra? ¿un día de lluvia en vez de todo soleado y lleno de pajaritos cantando por el cielo? Seguro que no, porque nuestra visión de la perfección sigue siendo exactamente eso, lo que esperamos, lo que anhelamos y lo que no conseguimos. Y no lo conseguimos, no porque realmente no se esté dando así, sino porque se complementa con esas discusiones, esos distintos puntos de vista, tormentas que sólo se puede esperar a que pasen, etc. Son simplemente "ruido" en medio de una melodía pero ahora pregúntate otra cosa: ¿sabrías apreciar la perfección sin esas discusiones? ¿Sabrías apreciar lo que tienes antes de ver que se va? ¿Sabe mejor un beso al llegar a casa o un beso para callarte cuando estás gritando en medio de una discusión? Yo, personalmente, tengo que conocer la soledad para saber lo que es la compañía y, sin duda, me sabe mejor un beso que me calle en una discusión, que uno que se da porque sí, porque el último va acompañado de algo de cariño, pero el primero es una fusión de sentimientos. Es un beso impregnado en la furia de los gritos, la frustración de no saber qué decir, la pasión de la otra persona y un "cállate que te prefiero así".
Por todo esto creo que no sabríamos apreciar la perfección sin esas pequeñas cosas que lo hacen imperfecto. Lo perfecto es aburrido. Las imperfecciones es lo que hacen la vida un poco más divertida y mejor.